Un millón de soplos

   Una vez más se había levantado agotada. Un remolino entero de diferentes tormentos acechaba en el interior de su abdomen y le impedía respirar con normalidad. Se sentía apurada y sin aire por dentro, impura. Necesitaba relajarse y lentamente calmar el revuelto de emociones de dentro de ella. Un millón de emociones obstruyéndole la respiración, obstruyéndole llegar al               . Su vida eran soplos de emociones que se abrían en su corazón y que de vez en cuando dejaba que su cigarrillo le dejase esconderse, para si obviarlos y vivir como si no estuviesen. Pero hay momentos en los que las caladas de ese camello no pueden liberar el paso de su propia calma, y se cerraba, lentamente, y con ese mismo ritmo le llegaban dándole golpes en el corazón, las venas, y su sistema entero, maldiciéndola por ignorarlos. Ignorar sus problemas una y otra vez, un remolino de emociones que esta vez un cigarrillo no podría liberar. Pero aún así una vez más recogió las fuerzas que le podían quedar y se dirigió a la solitaria pequeña mesa redonda de póquer que había al lado de la roñosa ventana del motel, cogió su bolso y buscó desesperada su paquetillo de cigarrillos. Su ojos evidenciaban su desesperación atada a una adicción sin intención, que ojalá en sueños ella desea dejarlo algún día, pero atada y esclavizada estaba y su salvación era. Hoy necesitaba tapar sus problemas, no tenía ganas ni dinero de solucionarlo. A lo mejor le quedarían tres peniques como mucho, tres peniques.