sábado, 25 de febrero de 2012

Ella mi musa, mi inspiración.

   Siempre solíamos pasar las tardes juntos, en el jardín de aquella casa antigua y menospreciada del pequeño barrio. La casa mismo advertía del estado del lugar en sí, pero a pesar de eso, la hierba era verde, suave y brillante como ninguna otra. Le gustaba revolcarse sobre ella y reírse, se reía por cualquiera cosa, muchas veces desconectaba del mundo y escuchaba su dulce voz, aun sin entenderla. Tenía una voz preciosa, tan suave que cuando se ponía a cantar debajo del árbol, todos los pajarillos se unían a ella, y creaban una hermosa pequeña orquesta. Yo me quedaba mirándola, como absorvía mi mundo y lo envolvía en el suyo mismo. Conseguía que todos mis sentidos se centrasen en ella, en como se movía, como cantaba y como jugueteaba. Y yo tenía ese privilegio, ese privilegio de estar con ella y admirarla. Admirarla cual pajarillo le cantaba, cual margarita que en su mano se posaba, y cual estado que se erguía en ella. Ella era un mismo arte, mi inspiración. La inspiración que logró que mi propio talento floreciese de mis manos. Y es así como la pintaba, todos los días a cualquier momento. Era mi musa, mi musa por siempre y mis pinturas su recuerdo. El recuerdo que hoy en día solo me queda de ella. Ella, y los pajarillos que hoy en día cantan sus canciones, esperando a que ella responda.

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